Autor: María Galán

CALATAÑAZOR

Una villa encaramada a un espolón rocoso, que conserva intacto todo el sabor de su pasado medieval en las callejas empedradas, en sus monumentos y en sus casas de piedra, adobe y madera.

Parece increíble que un pueblo tan pequeño encierre tantos tesoros entre sus piedras. La belleza de su arquitectura popular, su emplazamiento y su particular biografía, lo convierten en un testimonio vivo de un pedazo de la Historia, capaz de cautivar a acualquiera que pasee por sus calles.

Calatañazor disimula humildemente su heroico pasado, ligado a Almanzor y a la Reconquista, mediante una calma y un sosiego, y una tibieza en los días de sol, que invitan a demorarse siempre un poco más en sus calles, entre sus gentes discretas y amigables. Destapa paso a paso sus reliquias. Sus entrañables rincones.

Como esta comarca no sabe de prisas y no se abandona fácilmente, nada nos impide esperar el momento mágico del anochecer, cuando comienzan a encenderse las luces de la villa, con el cielo todavía azul oscuro, para dar un último paseo. Si ha llovido, con el empedrado brillante por el agua, la imagen nocturna de Calatañazor es aún más bella, sobrecogedora. Nos deleitaremos recorriendo el escenario medieval, ahora rodeado por sombras que le dan un aire intimista y hasta fantasmagórico.

Calatañazor nos obliga a idealizar el Medievo, miente piadosamente con su placidez, con se envidiable dosificación de las cosas. Su gente de todos los días nos abre paso sin hacerse notar, mientras continúa en silencio una nueva y pacífica reconquista: la de su verdadero pulso vital.

VISTA DESDE LA PENÍNSULA DE LA MAGDALENA, EN SANTANDER

El mejor recuerdo que tengo de Santander es el del paseo que me daba todos los días, cuando veraneaba allí, desde el centro de la ciudad hasta el barrio del Sardinero. Todo el camino se hace a la vera del mar, viendo en el primer tramo la hermosa bahía de Santander y luego el mar abierto, al final del recorrido.

     Santander es una ciudad muy grata para veranear. Su disposición es alargada, ceñida a la línea de costa, y el mar está muy presente en todos los rincones de la ciudad con sus brisas, sus aromas, su humedad… Nada más llegar a Santander huele ya a mar.

     Después de una tarde de compras en el centro, es una gozada volver al hotel caminando. Y andar a lo largo del paseo de Pereda, con sus jardines coquetos y las animadas terrazas, que en verano están abarrotadas de gente. Después llegamos a Puerto Chico, el puerto de amarre de las embarcaciones de recreo, abierto a la bahía y con la vista de Peña Cabarga al otro lado de esta. Tras subir la Cuesta del Gas, entramos de lleno en el precioso Paseo de Reina Victoria. Algo elevado, se asoma a las playas de Los Peligros y La Magdalena, pequeñas, sin oleaje, playas tranquilas de bahía. Al fondo, la playaza del Puntal, y detrás de ella, el pueblo de Pedreña. El paseo es arbolado y, si sopla la brisa vespertina, es reconfortante y relajante. Después de la entrada a la península de La Magdalena, la avenida traza una curva y entra en el señorial barrio del Sardinero. Aquí, las playas son grandes y orientadas a mar abierto, con buen oleaje y horizonte diáfano, pero seguras y familiares.  Las mejores playas de ciudad de España.

     La fotografía está tomada desde las Caballerizas Reales, dentro del recinto de La Magdalena. La primera playa que se ve es la de La Magdalena, con marea baja. también había una regata de veleros en la bahía. El día estaba claro y hacía una temperatura divina.

Plaza Mayor de Medinaceli al anochecer

Medinaceli tiene el encanto de las villas vetustas, algo decadente, tranquilo, muy acogedor. Invita al paseo relajado al atardecer. Sin rumbo fijo, cruzando la plaza, silenciosa ahora. Perdiéndose por los recovecos de las callejas. Oyendo de pasada algún ruido de cacharros en una cocina donde se prepara la cena. El cielo se va tiñendo de tonos malvas y anaranjados… una suave brisa empieza a soplar, haciéndose poco a poco más intensa.
Tal vez sea hora de recogerse, antes de que refresque más. Soria es así; aunque sea verano, por la noche hace frío. Y Medinaceli está en lo alto de un cerro, expuesto a los vientos que corren por el valle del Jalón. Muy apacible, muy cerca del cielo, pero sufriendo las inclemencias de un clima rudo.
La plaza Mayor se viste a esta hora de tonos púrpura y no es cosa de irse sin captar esta última imagen antes de que oscurezca definitivamente. El cielo pastel no será igual mañana, ni nunca.

Iglesia de Santa Coloma, en Albendiego

Cuesta dar con ella, porque el desvío en la carretera no está muy claro y porque hay que atravesar el pueblo de Albendiego y encontrar el camino al cementerio. Luego se recorre en un agradable paseo, y cuando llegas a la pequeña iglesia de Santa Coloma te quedas sorprendido por su sencillez, su armonía y su belleza. El entorno es una pura delicia, digna de disfrutarse un buen rato. Alrededor hay solo silencio, quebrado por cantos de pájaros, el rumor de la brisa de la montaña, hojas que vuelan, alguna voz humana perdida… un regalo para los sentidos.

Ábside de la iglesia de Santa Coloma. Albendiego (Guadalajara). ©María Galán/AGE Fotostock

Ábside de la iglesia de Santa Coloma. Albendiego (Guadalajara). ©María Galán/AGE Fotostock

Para llegar a ella: por la carretera CM-110 de Atienza a Ayllón, desvío a Galve de Sorbe y luego a Albendiego. La iglesia está aislada, junto al cementerio.

Vista nocturna de Uga (Lanzarote)

Quería hacer una imagen nocturna de Uga jugando con las luces de los coches que pasaban por la calle principal. Es lo que se llama fisiograma –en inglés light-painting–, que es como pintar con luz. Requiere un trípode y velocidad de disparo lenta para captar todo el trazo que van haciendo los faros del coche al desplazarse.
El cielo había adquirido el color que a mí me gusta más, azul profundo, y el pueblo empezaba a iluminarse con las lucecitas de las ventanas y los faroles. Eso en las casas encaladas da unas bonitas tonalidades verdosas, rosadas o amarillas, según el foco que ilumine.
Pero faltaba algo muy importante: no había coches circulando en ese momento. El tiempo iba pasando y el cielo iba a oscurecerse demasiado. Tendríamos que hacerlo con nuestro coche. Para esto viene muy bien tener ayudante. Se trataba de trazar el recorrido desde el centro del pueblo, con los faros encendidos, a una velocidad controlada para que el trazo de las luces fuera homogéneo. Un poquito de intermitente al final del trazado para conseguir unas pinceladas anaranjadas… y algo fundamental: tenerlo calculado para que no se termine la exposición antes de que el coche salga de cuadro. No, no. No es tan sencillo. Es probable que haya que repetirlo varias veces.

Panorámica nocturna de Uga (Lanzarote). María Galán/Alamy


Olivares en Jaén

Un paisaje de trazados sencillos, casi geométricos. Como una maqueta didáctica explicada por pasos: abajo, las tierras que guardan los embriones de los futuros olivos; más allá, la colina coronada por olivos añejos; y por encima de ellos, el cielo azul surcado por algunas nubes algodonosas.

Sierra Mágina (Jaén). ©María Galán/Alamy