Esta imagen pertenece a una exposición que hice sobre mi visión de Madrid a través del agua.
El tema fotográfico me pareció fascinante y durante unos cuantos meses estuve recorriendo las calles y parques de Madrid buscando imágenes donde estuviera el agua presente. Descubrí cosas muy curiosas y aprendí a mirar Madrid con otros ojos.
Quería hacer una imagen nocturna de Uga jugando con las luces de los coches que pasaban por la calle principal. Es lo que se llama fisiograma –en inglés light-painting–, que es como pintar con luz. Requiere un trípode y velocidad de disparo lenta para captar todo el trazo que van haciendo los faros del coche al desplazarse. El cielo había adquirido el color que a mí me gusta más, azul profundo, y el pueblo empezaba a iluminarse con las lucecitas de las ventanas y los faroles. Eso en las casas encaladas da unas bonitas tonalidades verdosas, rosadas o amarillas, según el foco que ilumine. Pero faltaba algo muy importante: no había coches circulando en ese momento. El tiempo iba pasando y el cielo iba a oscurecerse demasiado. Tendríamos que hacerlo con nuestro coche. Para esto viene muy bien tener ayudante. Se trataba de trazar el recorrido desde el centro del pueblo, con los faros encendidos, a una velocidad controlada para que el trazo de las luces fuera homogéneo. Un poquito de intermitente al final del trazado para conseguir unas pinceladas anaranjadas… y algo fundamental: tenerlo calculado para que no se termine la exposición antes de que el coche salga de cuadro. No, no. No es tan sencillo. Es probable que haya que repetirlo varias veces.
Panorámica nocturna de Uga (Lanzarote). María Galán/Alamy
Un paisaje de trazados sencillos, casi geométricos. Como una maqueta didáctica explicada por pasos: abajo, las tierras que guardan los embriones de los futuros olivos; más allá, la colina coronada por olivos añejos; y por encima de ellos, el cielo azul surcado por algunas nubes algodonosas.
El recién nacido río Saja se despeña en la cascada Pozo del Amo, entre húmedos bosques de hayas y robles. Según ascendemos por el puerto de Palombera, el paisaje nos envuelve con su atmósfera fantástica, y el bosque nos atrapa con la sombra y el silencio de las hayas.
Me gusta ir a caminar al parque del Retiro por la mañana temprano. Al amanecer está todo más tranquilo y te hace sentir como si estuvieras en un bosque. Y la sensación de placidez es absoluta. Solo se oyen los silbidos de los mirlos o los zureos de las palomas. De vez en cuando, alguna persona haciendo deporte. En el estanque, las barcas duermen aún en el embarcadero, y las brumas del amanecer flotan sobre las aguas. El cielo clarea. Los patos empiezan a espabilarse y en las aguas un piragüista entrena, como cada mañana. Pronto apagarán las farolas y las primeras luces del sol descubrirán lo que había tras las sombras. A las ocho, el hechizo se rompe. Llegan las cuadrillas de jardineros. Pero no llegan como hace años, a pie y con sus herramientas manuales, no. Llegan motorizadas en variados vehículos y pertrechadas de ingenios mecánicos que se supone que deben facilitarles su tarea. El soplador de hojas que soplará muchas hojas y papeles, pero también hace un ruido infernal, huele fatal y levanta unas polvaredas tremendas. El vehículo aspiradora, con una especie de cepillo giratorio con el que supuestamente recoge los desperdicios del suelo, y que también hace un ruido ensordecedor. Una serie de cochecitos y camionetas irrumpen por los paseos, antes tranquilos, llevando dentro a unos cuantos jardineros o a su jefe. En unos minutos, todo se ha llenado de aparatos y la armonía se ha roto. El Retiro es un parque que tiene diferentes registros a lo largo del día. Su hora mágica, para mí, es el amanecer… antes de las ocho de la mañana.
Estanque de El Retiro al amanecer. Madrid, España.
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