Categoría: Paisajes

VISTA DESDE LA PENÍNSULA DE LA MAGDALENA, EN SANTANDER

El mejor recuerdo que tengo de Santander es el del paseo que me daba todos los días, cuando veraneaba allí, desde el centro de la ciudad hasta el barrio del Sardinero. Todo el camino se hace a la vera del mar, viendo en el primer tramo la hermosa bahía de Santander y luego el mar abierto, al final del recorrido.

     Santander es una ciudad muy grata para veranear. Su disposición es alargada, ceñida a la línea de costa, y el mar está muy presente en todos los rincones de la ciudad con sus brisas, sus aromas, su humedad… Nada más llegar a Santander huele ya a mar.

     Después de una tarde de compras en el centro, es una gozada volver al hotel caminando. Y andar a lo largo del paseo de Pereda, con sus jardines coquetos y las animadas terrazas, que en verano están abarrotadas de gente. Después llegamos a Puerto Chico, el puerto de amarre de las embarcaciones de recreo, abierto a la bahía y con la vista de Peña Cabarga al otro lado de esta. Tras subir la Cuesta del Gas, entramos de lleno en el precioso Paseo de Reina Victoria. Algo elevado, se asoma a las playas de Los Peligros y La Magdalena, pequeñas, sin oleaje, playas tranquilas de bahía. Al fondo, la playaza del Puntal, y detrás de ella, el pueblo de Pedreña. El paseo es arbolado y, si sopla la brisa vespertina, es reconfortante y relajante. Después de la entrada a la península de La Magdalena, la avenida traza una curva y entra en el señorial barrio del Sardinero. Aquí, las playas son grandes y orientadas a mar abierto, con buen oleaje y horizonte diáfano, pero seguras y familiares.  Las mejores playas de ciudad de España.

     La fotografía está tomada desde las Caballerizas Reales, dentro del recinto de La Magdalena. La primera playa que se ve es la de La Magdalena, con marea baja. también había una regata de veleros en la bahía. El día estaba claro y hacía una temperatura divina.

Vista nocturna de Uga (Lanzarote)

Quería hacer una imagen nocturna de Uga jugando con las luces de los coches que pasaban por la calle principal. Es lo que se llama fisiograma –en inglés light-painting–, que es como pintar con luz. Requiere un trípode y velocidad de disparo lenta para captar todo el trazo que van haciendo los faros del coche al desplazarse.
El cielo había adquirido el color que a mí me gusta más, azul profundo, y el pueblo empezaba a iluminarse con las lucecitas de las ventanas y los faroles. Eso en las casas encaladas da unas bonitas tonalidades verdosas, rosadas o amarillas, según el foco que ilumine.
Pero faltaba algo muy importante: no había coches circulando en ese momento. El tiempo iba pasando y el cielo iba a oscurecerse demasiado. Tendríamos que hacerlo con nuestro coche. Para esto viene muy bien tener ayudante. Se trataba de trazar el recorrido desde el centro del pueblo, con los faros encendidos, a una velocidad controlada para que el trazo de las luces fuera homogéneo. Un poquito de intermitente al final del trazado para conseguir unas pinceladas anaranjadas… y algo fundamental: tenerlo calculado para que no se termine la exposición antes de que el coche salga de cuadro. No, no. No es tan sencillo. Es probable que haya que repetirlo varias veces.

Panorámica nocturna de Uga (Lanzarote). María Galán/Alamy


Olivares en Jaén

Un paisaje de trazados sencillos, casi geométricos. Como una maqueta didáctica explicada por pasos: abajo, las tierras que guardan los embriones de los futuros olivos; más allá, la colina coronada por olivos añejos; y por encima de ellos, el cielo azul surcado por algunas nubes algodonosas.

Sierra Mágina (Jaén). ©María Galán/Alamy

Parque del Retiro al amanecer

Me gusta ir a caminar al parque del Retiro por la mañana temprano. Al amanecer está todo más tranquilo y te hace sentir como si estuvieras en un bosque. Y la sensación de placidez es absoluta. Solo se oyen los silbidos de los mirlos o los zureos de las palomas. De vez en cuando, alguna persona haciendo deporte. En el estanque, las barcas duermen aún en el embarcadero, y las brumas del amanecer flotan sobre las aguas. El cielo clarea. Los patos empiezan a espabilarse y en las aguas un piragüista entrena, como cada mañana. Pronto apagarán las farolas y las primeras luces del sol descubrirán lo que había tras las sombras.
A las ocho, el hechizo se rompe. Llegan las cuadrillas de jardineros. Pero no llegan como hace años, a pie y con sus herramientas manuales, no. Llegan motorizadas en variados vehículos y pertrechadas de ingenios mecánicos que se supone que deben facilitarles su tarea. El soplador de hojas que soplará muchas hojas y papeles, pero también hace un ruido infernal, huele fatal y levanta unas polvaredas tremendas. El vehículo aspiradora, con una especie de cepillo giratorio con el que supuestamente recoge los desperdicios del suelo, y que también hace un ruido ensordecedor. Una serie de cochecitos y camionetas irrumpen por los paseos, antes tranquilos, llevando dentro a unos cuantos jardineros o a su jefe. En unos minutos, todo se ha llenado de aparatos y la armonía se ha roto.
El Retiro es un parque que tiene diferentes registros a lo largo del día. Su hora mágica, para mí, es el amanecer… antes de las ocho de la mañana.

Estanque de El Retiro al amanecer. Madrid, España.